Nunca sabes cuál será tu última canción, tu último suspiro, tu última lágrima o tu último respiro. Jamás verás a quienes aprecias pensando que es su último beso,
abrazo o momento.
Tal vez el fin llegue cuando estés en una cama sin nadie que te acompañe, o tal vez llegue de manera inesperada, en una fiesta, acompañado por los que amas.
Y aunque mucho nos preparemos, idealicemos y esperemos el día en que nuestro hogar se quede sin dueño, no hay taller que te prepare para sentir cómo un momento de alegrías, música y festejos se convierte en una noche de tormentos, gritos y sufrimiento.
Entonces te encuentras rodeado de fuerzas tan grandes y extensas que de tu mente huye toda franqueza. Solo quedan gritos, lágrimas y rezos; rezos que piden salvación, que piden un momento, que piden un segundo de aire fresco, un abrazo de quienes están lejos o un último beso de quien se quedó en casa, enojado por tu mal temperamento.
Pero ya nada de eso va a ser posible, porque muchos se quedan con los rezos vacíos, sin respuesta, sin salvación o aire fresco que otorgue un respiro. Ahora, los que estaban lejos se acercan para decirle adiós a quien añoraban ver desde hace tiempo, y los que tenían el corazón lleno de furia y tormento piden, vociferando, un último momento, para no quedarse con tan amargo recuerdo. Así que ahora solo queda llorar.
Llorar por cada hijo que salió de casa para disfrutar con sus amigos.
Llorar por las familias que quisieron pasar un momento unidos.
Gritar por los amantes, que abrazados dieron un último aliento.
Sangrar por los que tardaron en llegar a su final y murieron rodeados por los que un día decidieron amar.
Dar gracias por aquellos que dedicaron horas de esfuerzo en encontrar esperanza, aunque el cuerpo rogara por descanso.
Llorar por los doctores que a su propia sangre no pudieron salvar.
Y orar por aquellos que aún mantienen la vida, pero son acechados por el tormento de vivir bajo tan horrible recuerdo.
Entre ricos, pobres y clase media, ante tal tragedia, ya no hay título que prevalezca. Prevalece la vida, el que somos humanos, que no tenemos control de todo y que, uno tras otro, nos iremos marchando.
Las cifras aumentaron y dieron su veredicto, pero esto no debe quedarse como un simple número escrito en registros. No fueron solo cientos de vidas; fueron cientos de recuerdos, cientos de momentos, cientos de risas, sonidos, deseos, sueños por cumplir, amores por declarar, cosas por decir, canciones que cantar. Y aunque ya sus voces no volverán a ser escuchadas nunca más, nuestros corazones gritarán tan alto como puedan los sentimientos que abarcan, para honrar las almas que con nosotros ya no están.