A Haití siempre le hemos dado la mano, nunca la espalda, pero no debemos permitir que nos cojan el brazo.
“Haití no puede esperar más”, frase expresada dentro del discurso de nuestro ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Álvarez, el pasado septiembre en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Y así como Haití no puede esperar más, República Dominicana no puede confiarse más. No debemos como país tolerar más, tener siempre la buena fe como buenos cristianos de darnos y abrirnos con humanidad a ayudar a nuestro fallido vecino, no es nuestra responsabilidad, no tenemos el deber ni ninguna deuda histórica.
A Haití siempre le hemos dado la mano, nunca la espalda, pero haciendo un paralelismo con una familia, si en su casa usted recibe con humanidad a un desamparado, usted puede darle de comer, siempre que eso no le quite la comida a sus hijos de la mesa, pero ese acto de humidad no puede extenderse a que ese desamparado riegue la voz y lleguen más y más a su casa a tocar la puerta buscando de comer, porque para ese padre o madre de familia, primero y por encima de todo están sus hijos. Igual para República Dominicana, primero los dominicanos, pues como país aún tenemos muchas brechas que cerrar y muchos dominicanos a quienes dignificarles la vida, a quienes sacar de la vulnerabilidad, a quienes darles empleo, salud y educación.
Un país en vía de desarrollo como República Dominicana no puede ni debe cargar con ciudadanos de otro país que en su inmensa mayoría vienen arrastrando el desequilibrio por el que han sido marcados en su tierra de origen, falta de todo lo básico y digno que cualquier persona debe haber tenido garantizado desde su nacimiento y que le permita desarrollarse o adaptarse sin mayores lastres ni en detrimento de nadie en su sociedad o en alguna otra nación que de manera regular decida acogerle. Y en este sentido, cuando me refiero a “de manera regular”, quiero significar a una migración dentro del marco de la ley; todos los países en mayor o menor medida reciben migrantes, así como también sus ciudadanos emigran por diversas razones, nosotros los dominicanos tenemos nuestras propias historias y comunidades creadas en Estados Unidos, en Europa y en los 80’s en Venezuela, buscando mejores oportunidades, pero creo que nunca convirtiéndonos en una carga pesada para ningún territorio donde hayamos llegado. Si bien podríamos decir que las condiciones no son las mismas, pues Haití por su alto índice de vulnerabilidad o pobreza extrema, el hambre, la insalubridad, la inseguridad y violencia ciudadana, la falta de garantías mínimas, casi que obliga a su gente a huir de la forma que sea de su país, no debe ser República Dominicana el destino, la única o la más fácil respuesta.
Haití debe recibir el apoyo sincero de la comunidad internacional, de los países más pudientes, de las potencias, de aquellos que sí tienen una historia que se construyó con pedazos, con fuerza y sangre de Haití. Nosotros, los dominicanos, no hemos hecho más que acudir siempre primero, como buen vecino, ante toda catástrofe y crisis que ha atravesado nuestro atribulado colindante, pero basta ya. Hemos sufrido con ellos, le hemos dado hospitalidad y apoyo sinfín, aunque no se nos reconozca y hasta nos ataquen, pero todo lo que no se controla, ni se regula, todo lo que no se frena, puede tender al abuso, al desbalance, al peligro. República Dominicana es un país libre y soberano, que tiene el absoluto derecho a regir según nuestras leyes, quiénes, cuántos y cuándo, entran o no, y permanecen o no en nuestro territorio, usando nuestras instituciones, autoridades y mecanismos para delimitar, rechazar y retornar a quienes osen entrar a nuestro Estado de forma irregular/ilegal.
Se han querido hacer de la vista gorda, países que contradictoriamente sí tienen marcadas sus políticas migratorias y repatrian sin chistar a ciudadanos de “otros mundos” o de países subdesarrollados que buscan lo que piensan es un mejor camino u oportunidad en suelos americanos o europeos, mientras a nosotros, los dominicanos nos quieren señalar con el dedo, tildándonos de racistas, de discriminatorios, de pocos solidarios o hasta inhumanos, asumiendo un discurso injusto y farisaico.
Haití, es parte de un discurso que posiciona, que crea una ola y una tendencia, que polemiza y politiza, que abre heridas y desata pasiones, que trata de batir el agua y el aceite, aunque nunca se puedan mezclar, como dos ideologías extremas que nunca encuentran un punto medio o amigable. Es lamentable, pero basta ya, es imperante una coalición internacional, una salida conjunta con todos los principales actores siendo partícipes, no siendo RD uno de los principales, una respuesta sostenida y contundente al caos que vive Haití.
A Haití siempre le hemos dado la mano, nunca la espalda, pero no debemos permitir que nos cojan el brazo