Nelson Marte
El feo affaire de la difamación pública contra varios periodistas de honesta trayectoria, señalados como ”agentes especiales pagados por la USAID”, vale decir, del gobierno norteamericano, está mostrando varias aristas, al tiempo de llamar la atención sobre la cantidad de gente que en medios y en redes se hace eco, replica o pone a sonar la especie calumniosa.
Una primera vertiente es de orden político, pues Johnny Arrendel, el de “la chispa que incendió la pradera”, fue militante antes en el PLD y dicen que ahora anda por la Fuerza del Pueblo.
La cosa se politiza más cuando se observa que la campaña fue abrazada con abierto o taimado entusiasmo por políticos y comunicadores que viven rompiendo lanzas contra el ministerio Público independiente, que encabezan las respetadas magistradas Miriam Germán Brito y Yeni Berenice Reinoso.
Una segunda arista es de orden monetario, pues según afirman especialistas detrás de la difamación, la noticia escandalosa o falsa en las redes hay una febril búsqueda de likes que en determinadas proporciones genera dinero.
Una vertiente esencial del tema es el legal, relativo a los derechos, y torcidos, de que se agarra gente que no tiene la menor idea de los sacrificios que ha costado a nuestro pueblo conquistar las libertades que ellos convierten en libertinaje, en nombre de la prerrogativa de ejercer la libertad de expresión y difusión del pensamiento.
Pero yo me estoy preguntando si tantos difamadores, que llegan a sumar rebaño, no estarán somatizando un problema de salud pública.
Aunque gente insana siempre hubo, está harto estudiado que, como secuela de los encerramientos y miedos que dejó el COVID como secuela, se disparó en todo el mundo y, claro, también aquí, la cantidad de personas afectadas por trastornos de su salud mental.
Y no estoy descartando yo, que tanta gente sumada en tribu a difamar, en una profesión u oficio que tiene entre sus reglas fundamentales validar, es decir, confirmar lo que se escribe o dice, no estén expresando alguna forma de insania.
Lo digo además porque es característica de esos difamadores usar un lenguaje estridente, insultante, atemorizador y obsceno en algunos casos.
Se expresan con afectación, se valen de un histrionismo que los lleva a sobreactuar, dejando en claro que no son seres humanos auténticos, y que caen en la categoría de residentes de ese purgatorio que es la bipolaridad de quienes hacen afirmaciones que saben falsas.
No se crea el lector que exagero. La OMS, ha declarado que “Solo en el primer año de pandemia, los casos de ansiedad aumentaron en un 26% y los de depresión en un 28%.
“En República Dominicana”, afirman siquiatras locales,”los trastornos mentales más comunes incluyen la ansiedad y el trastorno depresivo mayor, seguidos de la esquizofrenia y el trastorno bipolar”.
Vi en estos días a uno de una plataforma tratando de convencerse de que los ataques difamantes contra el prestigioso grupo de comunicadores no son por envidia que, por cierto, no es en sí una dolencia mental ¡pero cómo se le parece!