Por: Yenifer Gil, M.A.
Desde la concepción cada ser humano empieza a ser marcado por diferentes situaciones y vivencias que se van registrando como una grabadora en el subconsciente de cada uno. De acuerdo al entorno familiar en el que nacemos y crecemos podemos desarrollar nuestro sistema de creencias y los hábitos que nos van identificando, los cuales pueden ser positivos o negativos.
Hasta la edad de 7 años, según especialistas las personas actúan de manera inconsciente por lo que vemos todo como bueno y válido; sin embargo, después que tenemos conocimientos y que sabemos que podemos hacer uso de uno de los regalos más grandes que Dios nos ha dado “El libre albedrío” le corresponde a cada quien decidir si continúa repitiendo los mismos patrones familiares o si por el contrario desea romper con esos paradigmas e ideas preconcebidas sobre tal o cual tema que le pueda afectar o que no le sea de su agrado.
En mi caso particular y lo comparto a modo de experiencia vivida, desde adolescente entendí que el rumbo de mi vida lo debía decidir yo, pues el timón de mi destino era mío y de nadie más. Desde entonces y apoyada en algunos libros como el inolvidable “Los 7 hábitos de los adolescentes altamente efectivo” de Steven Covey, leí y aprendí sobre el concepto de paradigmas y como romper con los mismos. Al interiorizar dicha lectura entendí que debía hacer cambios y reprogramar mi chip en varios aspectos si quería ser diferente. Esto, claro está, con el transcurrir de los años no ha sido fácil, pues se requiere de mucha disciplina y madurez mental para acoger las críticas y opiniones de los demás con beneplácito y saber que la decisión de ser y hacer es individual.
Entiendo que todos tenemos nuestra propia historia cada una impactada de una forma distinta, pero también soy de las que está convencida que con consistencia, perseverancia, motivación personal, objetividad y técnicas diversas combinadas con la acción se pueden lograr grandes cambios y transformaciones en nuestros patrones de conducta; pues en el fondo todos sabemos qué nos afecta y que nos limita a alcanzar nuestro máximo potencial. Pero se requiere, reitero, de mucha voluntad para lograr los cambios deseados.
Disfruto mucho a aquellas personas que deciden dar un rumbo distinto a sus vidas, que se han propuesto sacar lo mejor de cada situación y que han aprendido que las vivencias de hoy no deben definir su mañana. Admiro mucho a quienes se disponen dejar atrás aquello que les hiere, lastima o hace daño y han iniciado su proceso de conquista personal. Termino diciéndoles que nada es más gratificante que poder vencer aquello que nos limita y que no nos permite avanzar. Recordándoles que el nuevo patrón o hábito a adquirir es como un bebé al que hay que mimar y cuidar para crezca y se fortalezca.
¡Rompe los esquemas. Tú puedes ser más, mucho más de lo que ya has sido!