Por JUAN T H
Mi buen amigo y colega Domingo Páez, felizmente libre del cáncer que por poco lo mata, ha dicho que los expresidentes Leonel Fernández y Danilo Medina se reunieron en el Este del país y acordaron apoyarse mutuamente en determinadas comunidades para las elecciones municipales del próximo mes de febrero.
Según la información divulgada por el querido amigo, el pacto sería similar al que firmaron en 1996 Joaquín Balaguer y el propio Leonel Fernández, para, en la segunda vuelta, respaldar al candidato presidencial del PLD, que no era otro que Leonel, llevándolo al poder, como en efecto ocurrió, dejando al candidato reformista, Jacinto Peinado, “como Perico en la estaca”.
Según Domingo Páez, el candidato que alcance el segundo lugar, hasta este momento sería el expresidente Fernández, recibiría el respaldo del que obtenga el segundo lugar, hasta este momento, según las encuestas, Abel Martínez, que no aceptaría ser postulado como vicepresidente. Tiene sentido. Sería una decisión inteligente si las fuerzas opositoras, se despojaran del orgullo, del sentido de venganza y el sectarismo que los distancian.
Ahora bien, como dijera el otro buen amigo y colega Ricardo de la Cruz Nieves, tal acuerdo tiene sus riesgos, tanto para el PLD como para la FP. Un partido podría asimilar al otro hasta hacerlo parecer. Si Fernández logra el segundo lugar y se presenta una segunda vuelta, todos o la mayoría de los peledeístas, votarían por el expresidente Fernández que pasaría a convertirse en candidato idóneo de toda la militancia morada. Los verdes y los morados, al fin y al cabo, son la misma vaina.
¿Estaría Danilo Medina y la dirección del PLD dispuestos a correr el riesgo de que Leonel, convertido en candidato los aniquile y los haga desaparecer como fuerza política, dejándolos sin presente y sin futuro?
De producirse una segunda vuelta, cosa que dudo, en el país se libraría una lucha entre el sempiterno candidato Fernández que, al perder las elecciones, no tendría más opción que cederle el trono al heredero Omar Fernández, como en las viejas monarquías medievales.
Hay fuerzas dentro del PLD y de la Fuerza del Pueblo empujado un entendimiento, porque consideran es la única posibilidad de enfrentar con algún éxito, al presidente Luís Abinader y al PRM, tanto en la primera ronda, como en una potencial segunda ronda o balotaje, como le llaman en otros países. El PLD no saldrá del tercer lugar, pues tiene un candidato presidencial malo, sin arraigo, ni cultura política, sin discurso, que, además, no despierta “pasión”.
Las acciones judiciales en contra de buena parte de los exfuncionarios del PLD, que ellos llaman “persecución política”, es otro hándicap que le impedirá crecer. Al contrario, el PLD, que sigue siendo un partido grande, se desmorona por la falta de credibilidad y de liderazgo ético y moral.
El expresidente Fernández, en cambio, tiene un partido pequeño, con estructuras orgánicas muy débiles. Necesita un respaldo de sus excompañeros de partido. Sólo así podrá avanzar.
Ninguno de los dos partidos tiene candidatos sólidos para las elecciones municipales. Se prevé que el PRM las gane ampliamente. Tampoco tienen candidatos fuertes para las Congresuales. De hecho, es posible que los senadores que aún les quedan, los pierdan. Como están las cosas hoy, según los sondeos, el PRM tendría, terminado el proceso electoral, mayoría en las alcaldías y en las cámaras legislativas. (Dice Hipólito que, según sus encuestas, el PRM podría obtener hasta 26 senadores. ¡Y cuidado, que podrían ser más!)
Una eventual alianza del PLD y la Fuerza del Pueblo, con algunas otras franquicias minoritarias, crearía una lucha tenaz con el PRM y aliados. Un bloque representará la corrupción, el robo, el saqueo, las malas prácticas políticas; el otro grupo, la transparencia, la lucha contra el robo, el saqueo, la corrupción, en sentido general. Sería una disputa entre el pasado, corrupto y depredador, y el presente que se torna cada vez más promisorio para para todos los dominicanos y dominicanas.
En las próximas elecciones el pueblo dominicano tendrá que decidir entre el pasado bochornoso, que aún nos llena de vergüenza, y el presente transparente y dignificante.