Han pasado más de 27 años de la última imagen de aparente dignidad que se le recuerda a Noriega: el día en que, vestido con su uniforme militar, bajo el que gobernó de facto Panamá durante seis interminables años (1983-1989), se entregó a las tropas de Estados Unidos, su otrora aliado, después de la invasión que causó la muerte de miles de personas. Desde aquel día, 3 de enero de 1990, el rastro que ha quedado de Noriega ha sido el de su periplo carcelario en Estados Unidos, Francia y Panamá, tres décadas en las que su imagen se ha ido deteriorando, no así el legado macabro que arrastró en su país. “Muerte de Manuel A. Noriega cierra un capítulo de nuestra historia; sus hijas y sus familiares merecen un sepelio en paz”, ha tuiteado el actual presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, al conocerse la noticia